A las ocho de la mañana del veintinueve de septiembre, salí a correr. Como muchas otras mañanas, hacía una temperatura cálida ideal para pasear. Tras 15 minutos corriendo, decidí parar a coger aire porque estaba agotada y me faltaba el aliento —no soy una persona muy deportista como podéis imaginar—.
Paré cerca de un conjunto de edificios residenciales, una zona muy tranquila. En ese mismo momento, una mujer salía a pasear a sus dos perros, uno de ellos de raza cruzada y el otro, enorme, era una mezcla de San Bernardo. Lara, la dueña, no llevaba a sus perros atados puesto que seguro que no esperaba encontrarse con nadie paseando tan temprano. Instantes después, el San Bernardo me miró de forma desafiante a los ojos y la dueña, asustada, me miró también. Tuve un mal presentimiento y comenzaba a imaginarme lo que iba a ocurrir. De repente, el perro comenzó a correr detrás de mí y yo huí de él lo más rápido que pude. Mientras tanto, Lara intentaba frenarlo. Finalmente, la fiera consiguió engancharme el brazo, a la altura del hombro, y me mordió clavándome uno de sus colmillos. La herida que me dejó fue muy pequeña para el destrozo que podía haberme hecho.
Volví a casa angustiada, el corazón me latía rapidísimo. Allí me estaba esperando Henry, uno de los voluntarios madrugadores, al cual le extrañó que mi caminata fuera tan breve. Le conté lo que me había ocurrido y enseguida me limpió la herida. Unos minutos después se despertaron Pablo y Allison, los coordinadores del proyecto, los cuales me recomendaron acudir al hospital. Las bocas de los animales están muy sucias y la herida se podía infectar fácilmente. Estaba muy indecisa porque no parecía tan grave como para tener que recibir asistencia sanitaria. Además, tampoco me apetecía tener que pagar por ella… A pesar de ello, condicionada por los consejos de mis compañeras y por el temor de que la herida empeorase, decidí ir al hospital. Pablo me hizo el favor de acompañarme en mi primera visita al médico en un país extranjero.
Al llegar, me atendieron ipso facto. El enfermero no entendía cómo me había clavado el colmillo cerca de la axila, en lugar de haberme mordido el brazo o la pierna que son más fáciles de atrapar y, sinceramente, yo tampoco lo sabía, todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. El profesional sanitario me curó la herida y me puso una inyección en la nalga izquierda —bastante dolorosa, la verdad—. Aunque solo tardaron 5 minutos en atenderme, tuve que esperar alrededor de una hora para que me hicieran la factura y pagarla. En total fueron 15 dólares. Era la primera vez que pagaba por asistencia sanitaria. Esto me hizo reflexionar y valorar, aún más, el maravilloso sistema sanitario gratuito y universal que tenemos en España.
El hecho de acudir a un hospital en Líbano me creaba mucha incertidumbre debido a la crisis económico-sanitaria que atraviesa el país a causa de la escasez de medicamentos y los cortes de luz. En cambio, resultó ser más sencillo de lo que pensaba. Además, con la inflación del dólar, para nosotros, los occidentales, no nos supone un gran esfuerzo económico tener que costear los servicios en Líbano. Con ello quiero dejar claro que para el resto de habitantes en el país no es así.
A día de hoy, el mordisco está totalmente curado y todo ha quedado en una curiosa anécdota, aunque he de decir que ahora se me acelera el corazón cuando se me acerca un perro de esa envergadura. En resumen, esto solo es un aprendizaje más, tanto para mí, puesto que ir al médico en un país no natal no tiene porqué ser complicado, como para la dueña de los perros, la cual, de ahora en adelante, estoy segura de que llevará a sus perros atados.